“Que siga el baile. Seguiré jugando con los Spurs un tiempito más”, así lo ha anunciado Manu Ginóbili en las redes sociales inundando de alegría a todos los que disfrutamos de su arte. Manu ejemplifica la universalidad del ídolo. Él no es solo patrimonio exclusivo de su equipo San Antonio o el de su país. Nada más lejos de la realidad. Su talento, su carisma, sus conquistas y su longevidad deportiva lo ubican en el Olimpo particular del reducido grupo de atletas que le pertenece a todo el mundo. Ginóbili ha sabido construir su relación con la gente basado en su profesionalismo en la cancha y su sentido común fuera de ella. No es habitual que a su edad, los 40, un basquetbolista conserve, cual Jedi moderno, sus destrezas intactas. Tampoco es común que siga en la aristocracia del básquetbol mundial y que continúe resplandeciendo en un equipo que es candidato permanente al título como los Spurs. “La clave está en su actitud”, opina Gregg Popovich, su notable entrenador.
El juglar canadiense Leonard Cohen se sentía orgulloso de haber sabido envejecer con dignidad. Él supo, para tal efecto, ser realista. Ya no tenía la potencia vocal ni la energía de su bohemia juventud, así que decidió escribir canciones con menor cantidad de tonos altos que le permitiesen compases menos agudos. Además, el mismo Cohen supo rodearse de músicos excepcionales que apuntalaran sus virtudes en el escenario. Dejó que la fantasía de su prosa continuara encandilando a los espectadores en un modo más quedito y, si cabe el término, menos baritonesco. Algo parecido, pero en su rubro, ha puesto en marcha Manu. Este pibe de 40 siempre ha sido un tipo inteligente y con la suficiente intuición para adaptarse primero y sobresalir luego, dentro de los distintos contextos que se le han presentado en la vida.
De chico, por ejemplo, cuenta en su biografía que si bien destacaba, no era un prodigio del baloncesto. Afirma que “hubo otros compañeros con mucho mayor potencial”, pero que él, a diferencia de ellos, se fijaba objetivos y los iba alcanzando uno por uno. En un inicio quería simplemente mejorar. Luego llegar a ser el mayor anotador, como sucedió en el Andino, su primer club; y de ahí pasar a Estudiantes de Bahía Blanca. Tras ello, el gen ganador de su talento fue alimentado con autoconfianza hasta llegar al Virtus Bolonia. De ahí en más, todo fue un eslabonado camino de victorias que incluyó varios premios de mejor jugador de Italia; el paso a la NBA; sus coronas con los Spurs al lado de Duncan y Parker en el 2003, 2005, 2013 y 2014; y su máximo orgullo la medalla de oro olímpica, junto a la generación dorada de su país en Atenas 2004. En suma, el paquete completo. Y la pregunta cae de madura: ¿Para qué seguir?
En primer lugar, porque Manu ama el básquetbol y porque, siendo el segundo jugador de mayor edad de la liga detrás de Vincer Carter, todavía le queda mucha buena tinta en el tintero. Su nivel en los playoffs es prueba de ello. Además, ante el retiro de Duncan y la ausencia de Parker lesionado, Manu se convierte en el lugarteniente de Popovich en el vestuario, y en el líder del equipo cuando le toca entrar en juego. También se queda en la NBA por pedido popular.
Manu está listo para jugar su decimosexta temporada consecutiva con los Spurs. Que la fuerza lo acompañe.