Inventar casi todo en el deporte para pasarse décadas ganando casi nada. Así vivieron durante mucho tiempo los ingleses, que cumplirán en unos meses 50 años desde su único título mundial en fútbol, pero que gracias a Andy Murray, un escocés, pusieron fin a 79 años de sequía en una legendaria competencia del tenis: la Copa Davis.
A diferencia del fútbol o el rugby, el tenis sólo reconoce al Reino Unido de Gran Bretaña a Irlanda del Norte a la hora de competir. Pese a ello, el de ayer en Gante es un título con músculo escocés para un deporte de corazón inglés. Sus orígenes están en París, sí, pero son los ingleses los que "inventaron" el tenis, fueron ellos los que le dieron sus reglas, su etiqueta, su mística y su escenario más grandioso, Wimbledon. Y es ahora un escocés el que le devuelve la vida al tenis británico. Aquello que logró el inglés Fred Perry hace ocho décadas, ese intento en el que fracasó otro inglés, Tim Henman, un puñado de años atrás.
"Tenemos que disfrutar esto, quizás nunca más tengamos una oportunidad", dijo ayer Murray en el mismo fin de semana que vio vibrar a su gente con el éxito de Tyson Fury en el boxeo. Murray fue implacable al sellar con un globo perfecto de revés su 6-3, 7-5 y 6-3 sobre el belga David Goffin y un irremontable 3-1 ante 13.000 espectadores en Gante.
Coprotagonista de los años de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, el británico hace historia a su manera. No abruma como el trío dominante de los últimos años, pero sólo él, Nadal y Andre Agassi pueden decir que ganaron Wimbledon (2013), el oro olímpico en individuales (2012) y la Davis (2015).
Y eso que el camino fue duro: en agosto de 2012, Murray protagonizó un momento de deliciosa ironía británica. Ganaba en Wimbledon, pero no ganaba Wimbledon. Su victoria sobre Federer le daba el oro olímpico en el mismo escenario que lo había visto caer un mes antes en la final por el título más deseado del tenis mundial. Lo celebró flanqueado por Federer y Juan Martín Del Potro, y con una bandera británica sobre los hombros. Ayer, esa misma bandera volvió a cubrir su espalda. Un Murray diferente al que nueve años atrás provocaba respondiendo "cualquiera menos Inglaterra" cuando se le preguntaba por su candidato en el Mundial de fútbol.
Durante décadas, el tenis británico fue un desierto. Tan poco había, que Jeremy Bates, hombre de golpes apenas correctos y probablemente uno de los tenistas menos carismático de todos los tiempos, era la figura. Vibraban sin convicción los británicos cuando llegaba a octavos de final en el All England. Pagaban, en cierta forma, décadas de errores, pagaban el ser un país en el que en muchos clubes se marginaba a los más jóvenes porque los adultos siempre tenían prioridad si una cancha se liberaba. Escasas y caras canchas, más escasas y caras aún las techadas, imprescindibles en tierras de frecuentísimas lluvias.
Veinte años que pasaron desde que un jugador conquistó los tres puntos necesarios para ganar una final de la Davis. Aquella vez fue Pete Sampras.
Años atrás fue un argentino, Modesto "Tito" Vázquez, el que empezó a desanquilosar al tenis británico cambiando los patrones en el área de desarrollo. Pero la clave es Murray, un joven de 28 años con notable sensibilidad al impactar la pelota y una imagen que no termina de hacerle justicia. De su voz grave siempre brotan análisis inteligentes y un humor inusual en un circuito pasteurizado, en el que el 90 por ciento de los jugadores repite frases huecas para no comprometerse.
Quizás no sea tan sorprendente porque Murray se vio obligado a madurar más velozmente que otros niños de su edad. Lo hizo al refugiarse en marzo de 1996 en la oficina del director de la escuela primaria de Dunblane, su pueblo, en la que un perturbado había irrumpido con un arma. Se suicidó, pero antes mató a 16 niños y un adulto. Maduró Murray también obligado por la separación de sus padres, y probablemente porque llevaba en su ser un ambición innata. Lo notó Judy, su madre, cuando un Murray preadolescente le echó en cara que Nadal se entrenaba a diario bajo el sol en España y con una estrella como Carlos Moyá de sparring. Así fue que terminó en Barcelona durante un período y ganó en versatilidad y solidez en su juego.
Y así llegó a un 2015 que lo vio como la abrumadora clave de una Davis que los británicos no conquistaban desde 1936. Ganó sus ocho individuales -todos con la serie viva- y sus tres dobles junto a Jamie, su hermano mayor. En la final ganó los tres puntos que le dieron la victoria a su equipo. Sólo James Ward, sorprendente vencedor de John Isner en la primera rueda ante Estados Unidos, aportó un éxito inglés. El resto fue Murray+Murray. Y Leon Smith, un capitán también escocés.
No muchos saben que los restos de Perry descansan junto al court central de Wimbledon. Ominosa presencia. Antes de la final de 2012, un periodista le preguntó a Murray qué consejo le daría el legendario tenista. El escocés abrió los ojos desesperado: "¡Pero si no está vivo!".
En efecto, estaba muerto desde 1995, aunque seguía siendo omnipresente. Ya no. Entre las victorias de Murray figura también que Fred Perry sea, cada vez más, simplemente una chomba.
jt.