Por
Ezequiel FernAndez Moores
“Mañana, como siempre, habrá que volver a levantarse temprano para llevar a los niños a la escuela”. La frase se la escuché por primera vez a Francisco Maturana, el exDT de Colombia. Lo dijo poco después de aquel 5-0 de 1993 en el Monumental a la selección del Coco Basile. Fue el punto culminante de aquella gran selección colombiana que luego, como si jamás hubiese escuchado el aviso del DT, terminó cayendo eliminada en primera rueda en el Mundial de Estados Unidos. La frase de Maturana me graficó como pocas esa certeza de que, se gane o se pierda, la vida sigue y siempre habrá que empezar de nuevo. Suelo recordar también la anécdota de César Menotti en el vestuario argentino, ya silencioso, apenas después de toda la locura porque la selección acababa de coronarse campeona mundial en 1978. “¿Y ahora qué, César?”, le preguntó Jorge Olguín al DT campeón. El vacío, o como quiera que se llame esa sensación, seguramente es peor tras una derrota. Después de remar y remar y quedarse a un metro de la meta. Y no una vez, como sucedió primero a la selección argentina tras la final del Mundial de Brasil 2014. Sino tres veces y en apenas dos años, porque luego llegaron las derrotas en finales de Copa América, contra el mismo rival (Chile) y por la misma vía (penales).
Con Barcelona, Leo Messi empezó una y otra vez en más de una década. Casi siempre, ganando. Con Argentina es distinto. Logró oro olímpico y juveniles, pero nada con la selección mayor. ¿Cómo no entender entonces aquel anuncio de renuncia apenas después de la última final de Copa América en Estados Unidos? A la frustración se sumaba además algún fastidio. ¿Cómo no sentir también ese fastidio si en los medios más importantes aparecían encuestas que decían que cerca de un cuarto de los aficionados decían que sí, que basta, que Messi ya había cumplido su ciclo con la selección? Se entendía a Leo. También parecía comprensible la sensación de que Messi, más que una decisión, estaba expresando un estado de ánimo. Un estado de ánimo que podía incluir cierta desazón por el caos organizativo del fútbol argentino. Y también, sugirieron algunos, que podía incluir cierta sensación de ciclo cumplido del propio Leo con el Tata Martino, su DT primero en Barcelona, luego en la selección. Y un estado de ánimo inevitablemente amplificado en estos tiempos de redes sociales, de noticias, chismes, rumores y operaciones que, como algunos superkioscos, funcionan las veinticuatro horas. El minuto a minuto del rating de la TV. El clic en la web. La noticia simplificada. La noticia deformada. El chisme con categoría de noticia.
Los protagonistas, mucho más que la prensa, saben mejor que nadie las reglas de juego de la competencia. Que a veces se gana y otras veces se pierde. Por eso, pueden parecer más fríos que otros. Saben como nadie que, al domingo siguiente, puede haber revancha. Necesitan salir rápido de la derrota. No quedarse en el pozo. Un estado de parálisis, como en la vida, puede ser el peor cuadro. Por eso, técnicos y jugadores, no se enganchan tanto con los reclamos de autocrítica después de alguna derrota. No porque no la hagan. Sí porque ciertos procesos requieren de cierta intimidad. Cuanto más puertas para adentro mejor. Una simple discusión, en tiempos de deformaciones, puede ser elevada a una pelea sangrienta. Pero también es cierto que, a diferencia del resto, los deportistas son los que ponen el cuerpo. Y que es ese mismo cuerpo el que sufre las marcas después de cada derrota.
A Messi le pegaron algunas buenas patadas el jueves pasado en Mendoza. Ya había llegado con dolores de España. En otra situación, hasta podría no haber jugado. Pero era la vuelta a la selección. Además, a un nuevo ciclo liderado ahora por el Patón Bauza. Y contra Uruguay, líder de la eliminatoria. Estuvo algo impreciso en el inicio. Acaso midiendo inclusive algunos de sus movimientos por la molestia en el pubis. El gol, a los 42 minutos, suscitó elogios por la rapidez del taco que le permitió llevarse la pelota tras un rechazo parcial del capitán uruguayo Diego Godín. A mí me impresionó más el movimiento posterior. El amago hacia la izquierda fue leve. Pero bastó para que tres defensores uruguayos se lo creyeran. Quedó el espacio para el tiro que se desvió en José María Giménez y que terminó dando el triunfo 1-0 contra la Celeste, que dejó a la selección como líder provisorio de la eliminatoria. Y que permitió al Patón Bauza iniciar su ciclo con el pie derecho. El líder diciendo presente.
A diferencia del vacío de la derrota contra Chile en Estados Unidos, la zona mixta de Mendoza fue larga y distendida. Todos destacaron el buen ánimo de Leo. Me quedo con otro momento que pasó casi desapercibido y que el propio Messi volvió a contar en su charla posterior con “Minguito”. La pregunta por su nuevo pelo rubio. “Había que empezar de cero”, dijo Leo. Empezar de cero, sabemos, es imposible. No se puede olvidar a voluntad. Pero sí se puede empezar de nuevo. Messi lo hizo una y otra vez. Ganando casi siempre en Barcelona con Pep Guardiola o Luis Enrique. Con Ronaldinho, Zlatan Ibrahimovic o con David Villa. O, como sucede desde hace un tiempo, con Luis Suárez y Neymar. Con Xavi, que ya no está, o con Andrés Iniesta, que sigue. Pasaron tres Juntas Directivas en su ciclo de más de una década en la Primera de Barcelona. Con todos ellos, siempre empezó de nuevo. Y siempre empezó de nuevo también en la selección, claro. Primero con José Pekerman y luego con el Coco Basile, con Diego Maradona, con José Batista, con Alejandro Sabella y con el Tata Martino. Con Julio Grondona, con Luis Segura, el Chiqui Tapia y ahora con la Comisión Regularizadora que lidera Armando Pérez. Con Hernán Crespo, con Carlitos Tevez, con Juan Román Riquelme, con el Pipita Higuaín, con el Kun Agüero y hasta con el Titán Palermo. Sin títulos como en Barcelona. No importa. Ahora comienza otra vez. Con el Patón Bauza. Y con Lucas Pratto. Y con Paulo Dybala, el socio que abre esperanzas.
Dybala (los italianos suelen exagerar, pero el apodo de “La Joya” le cabe perfecto al cordobés) sufrió una expulsión infantil contra Uruguay y no podrá estar esta noche contra Venezuela en Mérida. Una pena porque era otra buena ocasión de mostrarse nuevamente, ante las ausencias de Higuaín y de Agüero. Venezuela, por más colista que marche en las eliminatorias, y también afectado por algunas bajas, saldrá igualmente con la idea de atacar a Argentina, tal como quiere su nuevo técnico, Rafael Dudamel. Acaso nos encontremos entonces con una versión más cautelosa y más conocida de Bauza y con una Argentina que, tal vez, pueda ceder por momentos la iniciativa al rival. Contra Uruguay, no dudó Bauza en ordenarle a Pratto que iniciara casi en la posición de ocho en el segundo tiempo, cuando Argentina jugaba con diez. Y, si bien cambió nueve por nueve, tampoco dudó en ordenarle a Lucas Alario que cuidara esa misma zona. Más que un ocho, Alario pareció por momentos un cuatro bis. Pratto, Dybala y Alario. Nombres distintos, socios nuevos para Messi en una zona dominada por pesos pesados y en la que parecía no haber lugar para más nadie. Pratto tendrá inclusive hoy una nueva chance porque, sabemos, tampoco estará Leo. Esta vez, será una ausencia circunstancial, para cuidar el pubis, sin polémicas. Pero algún día, es cierto, Leo dejará de estar en serio. Y seguiremos llevando los niños a la escuela, como decía Maturana. Pero, sabemos, sin él no será lo mismo.
“Había que empezar de cero”, dijo Leo. Empezar de cero, sabemos, es imposible. No se puede olvidar a voluntad. Pero sí se puede empezar de nuevo. Messi lo hizo una y otra vez