Mañana es un día imborrable y diferente a otros, de acuerdo con el estado de ánimo de cada persona. Jesús ha venido al mundo a conducirnos, a sembrar paz, respeto y normas de vida. Salvo para quienes son adversos al Supremo Señor.
Hay hogares que se engalanan espiritualmente cuando los padres ven a sus hijos asistir con sus vástagos a celebrar la Navidad o la víspera del Año Nuevo. Esa escena es emotiva y se asocian anécdotas, ternuras, recuerdos, realizaciones, promesas y, sobre todo, una perdurable fraternidad familiar.
Como también hay padres que invitan a sus hijos a cenar y estos no acuden dando justificaciones inexplicables, siendo visibles los asientos vacíos; por cierto, quizás para ellos sea una cena triste y desolada.
Asimismo, hay padres cuyos hijos por enfermedades, accidentes y otras causas naturales han tenido que alejarse de este mundo. Esa cena bien puede ser animada por la fuerza de carácter de los progenitores y, en el momento de departir, los hijos serán recordados por sus afectos y virtudes.
También hay padres que tienen a sus hijos en el exterior a los que añoran, y tras comunicarse con ellos a pocas horas de la Nochebuena o de la terminación del año, los hace felices y pueden disfrutar de su cena.
Hay padres que pasan en hospitales, en veredas de las calles, clínicas, asilos y prisiones; emigran, en la miseria o pidiendo limosna, y su cena es la palabra de Dios.
Los hijos son una herencia que todo padre ha edificado, son signos de paz para sus progenitores, son caudales de ríos para que sus padres siempre tengan agua para beber y vivir.
A ti, hijo, nunca te alejes de tus padres… (O)