La silbatina del final de partido no coincide con la fiesta del comienzo.El contrapunto es elocuente: Vélez acaba de perder con Patronato por 2 a 0 y al hincha no le alcanza la vuelta de su hijo pródigo,Mauro Zárate, quien reaparecía en Liniers luego de casi cuatro años de ausencia. Tampoco la verticalidad bielsística que planea Gabriel Heinze (con nuevo esquema táctico: 3-3-3-1). Es que el resultado duele. Duele y preocupa. Porque Vélez acaba de quedarse sin puntos ante rivales directos en la traumática tabla de los promedios. El fin de semana pasado fue contra Chacarita en San Martín, y ayer ante los paranaenses, pero en casa. Lo que agranda la aflicción.
Y entre la euforia y la desazón un partido que ya en el primer minuto y medio casi brinda su primera emoción: cambio de frente de Méndez y Bouzat por derecha tocó por encima del sorprendido Bértoli. Salvó Vera casi sobre la línea. Pintaba para fiesta en Liniers. Pero esa jugada se convirtió en un oasis. Fundamentalmente porque Patronato se afirmó en el medio a través del gran trabajo de Martín Rivero, quien comenzó a encontrar los espacios y hacer daño.
Balboa avisó a los cuatro minutos cuando no pudo conectar un centro de Guzmán y, seis minutos más tarde, el propio delantero se tomaría revancha al definir abajo, tras una seria desatención de Cubero y Torsiglieri, en un mano a mano con Rigamonti. Lo de Patronato era simple: orden y contragolpear en el momento justo.
En cambio, Vélez lucía confundido, errático. Porque la propuesta de Heinze de juntar a De la Fuente, Méndez, Mainero, Zárate y Bouzat, todos de buen pie como para generar fútbol, estuvo bien en los papeles pero mal en la ejecución.
La verticalidad exige precisión, pero este Vélez padece de ansiedad. Entonces las jugadas bien iniciadas por Méndez o el propio Zárate terminaban mal por quererlas resolver con rapidez. Y ahí estaban los volantes de Patronato como para pescar alguna segunda jugada y atacar a la desarmada línea de tres velezana. Ahí se agigantaba la imagen de Guzmán, Rivero o de Gil Romero que recuperaban y habilitaban con rapidez a los intratables Balboa y Ribas, de gran tarde ambos uruguayos.
Zárate puso destellos de su calidad, es cierto. Pero prácticamente jugaba solo. Porque rara vez pudo recibir una pared bien tirada o una pelota bien jugada. Le puso ímpetu y generó varias jugadas de riesgo. Si no hubiera sido por la gran tarde de Bértoli o la indecisión de algunos compañeros en buscar el último toque, el resultado hubiese sido otro.
La paciencia y el orden de Patronato tuvieron un bonus. A falta de cinco minutos y cuando Bértoli había ahogado un nuevo grito; un contragolpe feroz, con una corrida de Garrido, fue finiquitado por Ribas, quien anticipó al dubitativo Rigamonti.
Un golpe letal que dejó preocupado a todo Liniers.