La escalada del consumo de drogas en la juventud ecuatoriana ha sido un tema de alto voltaje. El que más se ha discutido en oficinas, en foros y se lo ha trasladado a leyes, unas necesarias y otras controvertidas; pero lo que es cierto es el poco pragmatismo en la ejecución de las diferentes alternativas propuestas. Lo preocupante es que parece incontenible el desarrollo de este azote que carcome el futuro de nuestra juventud.
A veces nos preguntamos si realmente existe un análisis profundo y cualitativo que haya permitido diseñar a las autoridades una estrategia para crear una estructura jurídica, asistencial-médica y de infraestructura para atender desde cada vía, tanto la prevención, la etapa del tratamiento, la rehabilitación y reinserción social.
Han existido en nuestro país esfuerzos ambiguos y confusos sobre las soluciones que requiere el tema. Mucho ruido han generado los debates públicos sobre la legalización, descriminalización o despenalización del consumo, o la implementación de los umbrales en la tabla mínima para aquello. Estos esfuerzos que aspiran a llegar al paradigma teórico, con aplicaciones de políticas punitivas, no han arribado al modelo de ejecución de programas de prevención, tratamiento, control y rehabilitación de los consumidores de drogas, que en el país están muy ligados a poblaciones callejeras y grupos de vulnerabilidad extrema. ¿O no nos damos cuenta de que son los escolares el caldo de cultivo para expendedores en este tétrico escenario?
Los tratados internacionales sobre los derechos humanos exigen a los Estados, sobre las personas usuarias de drogas, respetarlos, protegerlos y sobre todo promover sus derechos bajo el principio propersona, que no es otra cosa que el amparo individualizado que posee toda persona, sin excepción ni discriminación, para que el Estado busque una solución integral a sus vulnerabilidades.
¿Cuánto se ha hecho en el país para cumplir con esa conminación constitucional? Desde la implementación de la política pública y la armonización legislativa han existido varias propuestas, en concordancia con legislaciones comparadas sobre el tema, como por ejemplo, la Ley Orgánica de Prevención Integral del Fenómeno Socio Económico de las drogas y de regularización y control del uso de sustancias catalogadas, sujetas a fiscalización, publicada en el Registro Oficial (octubre 2015).
Pero en la ejecución de todas esas normas rectoras, principios y mecanismos para su aplicación, el Estado se ha quedado de año. Mientras los jóvenes de nuestro país sucumben ante la embestida del flagelo de la adicción, y se notan por el incremento en la precocidad de su consumo sus gravísimas consecuencias, encontramos desde la escolaridad a jóvenes desmotivados, hastiados, aburridos; ellos fácil presa del consumo de drogas.
Leía con detenimiento la presentación que en el 2015 hizo la Comisión para el Control de Abuso de Drogas de la OEA, con el Plan de Acción Hemisférico sobre Drogas. Luego de cuatro años, se puede comprobar con las estadísticas que en la práctica todos esos esfuerzos intelectuales han fracasado.
En mi afán de compartir mi experiencia de hace algunos años, cuando en mi calidad de presidente de la Comisión de Selecciones de la FEF se aceptó la invitación de Colombia a la selección sub-17, que se preparaba para el campeonato Sudamericano que se debía realizar en Paraguay en 1985, nos llamó la atención es que el partido amistoso se debía jugar en unas canchas recién construidas como otras tantas, entre el Municipio de Bogotá y el Gobierno colombiano.
Eran parte de un plan preventivo para bajar los índices de consumos en zonas vulnerables y en sectores marginales. El plan consistía en desarrollar proyectos deportivos para que participen la comunidad y la familia, además de buscar la socialización con charlas temas sobre lo prevenidos que deben estar los jóvenes para encontrar en la práctica de la actividad física una tabla de salvación.
Ahí jugó nuestra selección contra un equipo mixto de jóvenes de la comunidad, en una cancha de fútbol rodeada por gran cantidad de espectadores de la zona, que los aplaudían.
La fórmula consistía en habilitar áreas deportivas con el fin de obtener interactividad de la colectividad, e incluyendo el desarrollo de actividades recreativas entre la juventud de esos barrios, contaminados por las drogas, con la presencia de tutores, monitores y personas rehabilitadas. Esos eran los argumentos básicos del plan.
Especialistas mencionan que siendo la prevención una parte tan importante, esta debe hacérsela más hablando de drogas y sus efectos como elementos principales. Pero es indispensable aumentar la capacidad y la autonomía intelectual, para que los jóvenes adquieran la capacidad de discernir y elegir.
Pero debo confesar que en este horizonte obscuro y deprimente encontré una luz al final del túnel y fue cuando escuché al vicepresidente de la República, Otto Sonnenholzner, hace pocos días, presentar el denominado bus de la promoción y prevención de drogas. Declaraba el segundo mandatario, como vital para la prevención del consumo de drogas, hacerlo a través del arte, la cultura y el deporte. Y con relación al deporte mencionó que comenzarán a rehabilitar y construir canchas deportivas en zonas identificadas como sectores vulnerables. Ojalá sea una realidad porque nuestra sociedad requiere más soluciones en vez de más normatividad. Queremos que se encuentre en las canchas el remedio.
La grata noticia del vicepresidente del país nos hace avizorar que están claros que el tema de la prevención es fundamental y su combinación con el deporte es una fórmula probada. Es importante que esa idea, hoy aplaudida, se haga realidad. Con ella no solo que se conseguirá una juventud promisoria para el país, también será un descanso espiritual para tantas familias que sufren con parientes involucrados en las drogas y, además, así las autoridades políticas cumplirán con el deber que les exigen los tratados internacionales, leyes, reglamentos y, sobre todo, nuestra Constitución.
En fin, no se necesitan publicidades, ni retórica ni propaganda política para atacar el mal. Todavía no me olvido de esas campañas inútiles, cuando se usaba a personajes deportivos como Diego Maradona, dominando la pelota y refiriéndose él al balón de fútbol así: “Mi única droga es esta, el deporte”. ¿Qué tal? Terminó convirtiéndose en la contradicción más irónica cuando se la presentó.
Y entratándose de las tablas de consumo, por ejemplo, no entiendo cómo todavía queda con vida legal, si ya se comprobó que no sirvió su afán original –que el juez pueda diferenciar a un adicto de un expendedor–, sino que fue útil para la especialización del expendedor para simular ser un consumidor.
Además, creó una licencia para que el novel consumidor pueda hacerlo bajo el amparo de la ley con un costo enorme para nuestra sociedad. Me pregunto: ¿Es su eliminación una manera de prevenir el consumo? Ahí la dejo boteando. Para mí, más prevención y más deporte son parte de la solución. (O)
No olvido campañas inútiles como la que presentó a Diego Maradona dominando la pelota y refiriéndose el argentino al balón de fútbol así: “Mi única droga es esta, el deporte".