Haciendo un paralelismo, Chemo llegó por accidente a la Sub-23 como lo hizo cuando fue nombrado DT de la selección mayor. Eran otros tiempos, pero las circunstancias son las mismas. Ante la necesidad y falta de planificación, se toman decisiones sobre la marcha, casi rozando la improvisación. Él asumió el buzo de la bicolor en un etapa experimental, cuando la elegancia del terno, el gel en el cabello y el acento español llamaban la atención. Y sabiendo que no era su momento, aprovechó la oportunidad para tomar el cargo y quemarse sin quererlo. Sin embargo, el Chemo de hoy es otro, uno que luce buzo deportivo, tiene las canas revoloteadas y está decidido a quemarse por esta Sub-23 no sin antes usar todas sus armas. ¿Por qué?
Ese cambio es consecuencia de la experiencia. Chemo más que nadie sabe de la escasez de nuestro fútbol formativo; de la complejidad que significa armar una selección en categorías menores. No nos sobra talento, hay que irlo a buscar en los rincones más recónditos del Perú para ofrecerle una formación y un futuro. Y ese trabajo de captación es una tarea titánica que no todos están dispuestos a cumplir. Incluso así, Chemo entró entró a la cancha para jugar el partido de la desolación, en el que va perdiendo antes del pitazo inicial y le toca remontar como si fuese un acto heroico. Su compromiso con la Sub 23 nace de conocer la realidad, padeciendo la carencia de figuras prominentes y la negativa de los clubes por ceder a sus talentos más jóvenes.
Por eso, desde antes del Preolímpico, Chemo estuvo decidido a ‘quemarse’ con los suyos, con los 23 chicos que llevó a Venezuela para intentar la épica en un escenario completamente adverso. El triunfo contra Chile revivió una esperanza que permanecía dormida desde la época de los ‘jotitas’, con un Reimond Manco en estado de gracia y una clasificación al Mundial Sub-17 como el último gran logro en categorías menores. Pero Chemo pisa tierra y sueña despierto, porque esta Sub-23 necesita algo más que lo que él pueda darle. No se trata de construir una isla en medio de la nada, sino de sostener un proceso edificando desde las bases.
Más allá de lo que ocurra con la Sub 23, ¿qué puede ser más difícil que generar expectativa de la miseria deportiva de nuestro fútbol formativo? O lo que es peor, ¿por qué ganarse la atención con el éxito efímero de un partido sabiendo que el fracaso es casi un hecho? Chemo no es el genio que llegó para revolucionarlo todo en la Videna; al contrario, es el que intenta apagar un incendio con un vaso de agua. Construir es más difícil que destruir, y desde su lado trata de poner los cimientos para el futuro de las selecciones menores.
Su primer paso, además de la captación de talentos, fue armar una Sub 23 con jugadores que no son figuras en sus clubes, no está en las grandes ligas ni suman más de 80 partidos en Primera División. Lo que toca, ahora, es sostener lo bueno y modificar lo malo, como un rompecabezas al que le falta más de una pieza.
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