Cinco, seis años a lo mucho, tenía Eduardo Ávila cuando cayó de su pequeña bicicleta y su cabeza impactó contra el suelo.
Ni siquiera tiene claro el recuerdo: no sabe si lloró, si dolió, ni cómo reaccionaron sus padres... las consecuencias de ese golpe tocaron a la puerta años después.
"En primero de primaria la maestra mandó llamar a mi mamá para que checara que era lo que pasaba, ¿por qué no escribía?, ¿por qué no ponía atención? Y años después, hasta después del 2007, que me hicieron exámenes médicos me diagnosticaron que tenia daño en el nervio óptico por un golpe que me provoqué al caer de la bici", relata Eduardo, medallista de oro en los pasados Juegos Paralímpicos. Judoca y guerrero de vida.
Eduardo no es ciego, sí débil visual. No tiene vista periférica y, más allá del metro de distancia, solo distingue siluetas, no detalles... nada que le impida ser uno de los mejores judocas del mundo que, incluso, entrena y compite con atletas convencionales.
"No lo tomé de manera triste o depresiva, el mismo médico me dijo 'como es que puedes caminar solo' y pues no sé, así ha sido, y años antes la dependencia a mamá, a papá, el caerme, chocar contra una pared... el deporte fue una terapia, me ayudó a valerme por mi mismo, a valorarme".
Hoy, gracias a una vida de esfuerzos, disfruta de la gloria, del reconocimiento, pero el inicio no fue fácil: el bullying lo azotó durante toda su infancia.
"De niño me costó integrarme, el judo fue lo que me salvó. Me sentía inadaptado, frustrado, desesperado, los niños, a los 10 años, me hacían bullying. Era el niño tonto, el niño que se caía, el niño que no puede, el que no ve... sí la padecí, pero eso forjó mi carácter, no fue nada bonito".
Incluso, ya como atleta de alto rendimiento, Ávila continúa batallando contra la ignorancia de algunos de sus rivales: "al principio sentía cierto menosprecio por parte de los rivales, pero a la hora de 'darnos' se sorprendían, el respeto se gana".
La decisión de su vida
El surcoreano Jungmin Lee tenía una cuenta pendiente con Eduardo. En 2015, el asiático lo había derrotado en la final de la Copa del Mundo de la especialidad.
Así que el deporte, noble como es, le dio una oportunidad al nacido en la Ciudad de México para tomar revancha sobre el tatami al cruzarse con Lee en la final paralímpica en Río.
Lo que pocos saben es que Lalo estuvo muy cerca de renunciar a la posibilidad de ganar la medalla de oro que, al final, se colgó al cuello:
"Ya no quería entrar a hacer la final porque tenía el desgarre en el abductor izquierdo, ya tenia asegurada la (medalla) plata, no me quería arriesgar, pero ya llevaba una preparación de años y quería sacarme la espinita de que un año antes el coreano me había ganado. La psicóloga fue la que me dio una muy buena terapia y me dio las ganas, me dijo 'pártete la cara, demuestra tu orgullo por ser mexicano', y nos dimos con todo con el coreano y gané".
Ávila es un convencido de que la imagen de nuestro país en el plano internacional puede cambiar con logros como el suyo.
"No hay que frustrarnos porque nuestros objetivos no lleguen pronto, para ganar un campeonato nacional tardé diez años, perdiendo, compitiendo, no podía ganar, pero con trabajo y dedicación se puede. Podemos dar una buena imagen de nuestro país, no todo es (Donald) Trump, muerte... quiero dejar la mejor proyección internacional de nuestro país".