26/04/2024

Sueños de barrilete: Marcelo Gallardo

Domingo 29 de Enero del 2017

Sueños de barrilete: Marcelo Gallardo

Se hacía de noche y nadie le hablaba. El pibe había soñado con ese momento, desde que Oscar y Mario Coronel, amigos de la familia y dueños de una casa de repuestos para autos, le contaron lo de la escuelita de fútbol que Pinino Más tenía en River.

Se hacía de noche y nadie le hablaba. El pibe había soñado con ese momento, desde que Oscar y Mario Coronel, amigos de la familia y dueños de una casa de repuestos para autos, le contaron lo de la escuelita de fútbol que Pinino Más tenía en River.

Revista El Gráfico de los años 90

Se hacía de noche y nadie le hablaba. El pibe había soñado con ese momento, desde que Oscar y Mario Coronel, amigos de la familia y dueños de una casa de repuestos para autos, le contaron lo de la escuelita de fútbol que Pinino Más tenía en River.

Era noviembre, se terminaba la primaria, y Marcelo llegaba a la prueba junto a otros treinta pibes, además de sus amigos Peti y Gabriel. Pero pasaban los minutos, algunos chicos ya estaban cambiados y él seguía sentadito en un rincón. Su papá Máximo se quería ir. De pronto, el técnico lo descubrió y lo puso con los pibes del club. Marcelo corrió y corrió, se desmarcó, buscó... y nada. Nadie le pasaba la pelota. Entonces miró al hombre y le dijo: “Cámbieme de equipo, viejo, acá no me pasan una...”

En esos segundos, Marcelo Daniel Gallardo torció su propia historia. La orden de Gabriel Rodríguez, hoy en las inferiores de San Lorenzo, fue “Pásenle la pelota al de verde”, y el de verde, en apenas diez minutos, se ganó el derecho al fichaje.

En esos segundos, en los que encaró al entrenador, Gallardito torció su propia historia y algo más: demostró su personalidad.

La misma con la que hoy, casi siete años después, asume todos los riesgos de ponerse la camiseta número diez de River y de la Selección Argentina. Con sus 19 años, su 1,70 m. de altura y sus 66 kilos de peso.

Como el viernes, en el Monumental. Tratando de llevar a su equipo al triunfo frente a Rosario Central. Alternando la manija con figuras como Enzo Francescoli y Ariel Ortega, tomando los hilos ante la “ausencia” de los otros dos. El “Muñeco” -como le puso Hernán Díaz- pidió todas y las jugó todas, pero no alcanzó para quebrar el cero y evitar que se escape la punta...

“No jugamos bien. Creo que regalamos el primer tiempo, no tuvimos actitud. En ningún momento se nos pasó por la mente ir a definir el partido y de a poco se nos complicó. Central maneja bien la pelota y fue tomando confianza, tanto que nos dio un par de sustos. Tenemos que mejorar, sobre todo en la definición, pero estamos ahí...”

Como él, “ahí”. En el ojo de la tormenta, en las discusiones de café. No es fácil ponerse una camiseta con tanta historia. Pero todo pasó tan rápido que Marcelo casi ni se dio cuenta. Desde aquel enero de 1993, cuando Passarella lo llevó a la pretemporada en Mar Chiquita y allí mismo, el 18 de enero, cumplió sus primeros 17 años. En marzo llegó el debut en la primera, contra Newell’s, y la paciencia para alternar entre los titulares y la tercera, “Siempre concentraba con la primera, Passarella quería que me fuera metiendo en órbita". Pero no para tenerlo controlado, no era necesario, porque “no me gusta mucho salir a bailar; cuando tenía 14 años a mis amigos los desesperaba que llegara el sábado... a mí no. La noche nunca me llamó la atención”.

Muchas cosas habían quedado atrás. La secundaria abandonada al mes de iniciada en el ENET Nº1, las dos horas de viaje desde Merlo -el tren Sarmiento hasta Liniers y luego el colectivo 28 hasta River-, los dobles turnos de entrenamiento tres veces por semana, el almuerzo en la concentración y la siesta de media hora en un sillón, el primer auto comprado en marzo del ’94 (un Fiat Uno gris usado) que convirtió el viaje en una aventura de apenas cuarenta y cinco minutos...

“En 1993 empiezan a cambiar las cosas. Fui de a poco, no me apresuré a agarrar todo con las manos. De chico no me gustaba jugar al fútbol, vivía en el Parque San Martín, frente a una cancha, pero prefería remontar un barrilete o jugar a las bolitas. El fútbol no me llamaba la atención. A los nueve años empecé con los pibes del barrio y aparece don Carmona, que tenía un equipo -11 Colegiales- de una Liga de barrio. De golpe me convertí en el diez del equipo. Mirá vos, hoy un pibe nace con la pelota bajo el brazo, a mí me llegó tarde. De chico era hincha de San Lorenzo, me gustaba Perazzo porque hacía goles. Pero mi ídolo era y es Maradona. Después me fue tirando la camiseta y me hice de River. Este club es mi segunda casa. Si hubo un momento en que vivía acá...”

Todo empieza a cambiar... Y hay un nombre ineludible: el de Daniel Alberto Passarella. “Me dio toda la confianza cuando yo tenía 17 años. A él le tengo que agradecer lo que hoy estoy viviendo en el fútbol. Passarella me marcó el camino..." Un camino que no fue tan sencillo, aunque lo haya recorrido en tan poco tiempo. En octubre de 1994, Passarella dio a conocer su primera convocatoria para la Selección Argentina: eran 23 jugadores y entre varias sorpresas estaba Gallardo. “Tenía unos veinte partidos en River, no más. Sabía que existía una posibilidad, pero no la esperaba tan rápido. Había sufrido al estar parado ocho meses por la operación del tobillo, pero cuando vino la convocatoria para la Selección yo me encontraba pasando un buen momento en el equipo que dirigía Gallego. Sabía que Passarella me tenía mucha confianza, porque una frase de él me marcó: una vez me dijo que no pensara que ya había conseguido todo por jugar en la primera de River... Eso me hizo pensar en algo más... ”

Ese “algo más” fueron 17 partidos jugados en la Selección Nacional (de los 23 que totalizan la era Passarella hasta el momento), 11 goles (los que lo convierten en el goleador, arriba de los 9 de Batistuta). Y por si esto fuera poco... la número 10 en la espalda.

“El peso de la camiseta de la Selección ya es bastante, encima la de Maradona... Lo tomé con orgullo, sin presionarme. Pero después empezaron las críticas y ahí sí empecé a sentir la responsabilidad. Si dijera que no siento la presión, mentiría. Pienso que hice los méritos suficientes, pero cuando juego en la Selección debo hacer el doble. En realidad, hasta el partido con Australia no había tenido problemas, pero esa noche se dio algo que no esperaba y para lo que no estaba preparado... Hasta ese momento había pateado ocho penales y fui a tirar ése como uno más. Lo erré y sentí que era un penal mal pateado y que se había ido afuera, nada más. No me imaginaba el resto. Jamás me habían silbado cuando agarraba la pelota, fue muy duro. Pero soy de una personalidad bastante fuerte y me hizo tonificarme más. Lo tomé como una experiencia más, de lo contrario no tendría que haber salido de mi casa nunca más..."

Aquella noche del viernes 30 de julio, en el estadio Centenario de Quilmes, lo marcó. Reapareció el fantasma de Maradona, nada menos que el Diego que Marcelo Daniel Gallardo aprendió a adorar en 1986, cuando con diez años disfrutaba las hazañas del ídolo de todos los chicos. “Yo entiendo a la gente, ellos lo tienen a Diego muy adentro, igual que yo. Nadie va a reemplazar a Maradona, porque no va a nacer otro. En ese momento todos me respaldaron, Passarella me dijo ‘Ladrán, Sancho...' Después vino la Copa América y, la verdad, yo estaba golpeado. Es que lo de Quilmes no me había pasado nunca, eso de agarrar una pelota en el medio de la cancha y que me silbaran los propios hinchas... Venía con una motivación y una confianza enormes. Sentía que la Copa podía ser el gran salto. Y terminó siendo una decepción, pero hablo de mí, no del plantel: yo venía ilusionado con ser el mejor jugador del torneo, y el partido con Bolivia -para empezar- fue el peor que jugué en mi vida. Soy muy autocrítico y no me pude dormir tranquilo. Contra Estados Unidos, en cambio, pese a la derrota, terminé mejor porque sabía que nunca me había escondido. Me caí, es cierto, pero me recuperé enseguida: perderla confianza a esta edad sería terrible...”

Sería terrible, claro. Abandonar esos sueños de barrilete, renunciar a la pelota al piso y bien jugada que es su sello, o a los tiros libres y penales ejecutados sin complejos. En River y en la Selección, con la diez en la espalda, con la timidez mentirosa de su cara de pibe. Con la misma personalidad de los doce años.

 

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