El 7 de noviembre de 1991 Magic Johnson anunció en una ya histórica rueda de prensa que había contraído el virus del VIH. A su retirada inmediata siguió una lucha de valor incalculable (aquellos tiempos, aquellas mentalidades) contra los prejuicios y a favor de la investigación y la normalización. En la vanguardia de esa pelea y más allá de aquel anuncio de uno de los grandes iconos de Norteamérica, quedó una imagen inolvidable: Magic interrumpió su retirada fulminante para jugar el All Star Game de 1992 (fue MVP). Después jugó en Barcelona 92 antes de anunciar su regreso a los Lakers para la temporada 1992-93. En un partido de preparación, se hizo un corte en el brazo y se dirigió al banquillo donde el cabecilla del cuerpo médico de los Lakers, ante el silencio del pabellón y el escrutinio de todo un país, se puso unos guantes de plástico y curó la herida con absoluta normalidad y siguiendo un protocolo absolutamente convencional. Era Gary Vitti, un tipo cuya presencia forma parte del entramado de lo mejor, mucho, que han sido los Lakers en las últimas tres décadas.
“No era ni un corte, apenas un arañazo. Pero sabía que así no se transmitía el virus e hice aquello para tratar de concienciar a la gente”. Era una pintada gigantesca en el muro de aquella NBA en la que Karl Malone (y muchos otros) se oponían a jugar contra el contagiado Magic y la mujer de un jugador aseguraba en público que el legendario base podría anotar a su antojo porque sólo tenía que “hacerse un corte en la muñeca y recorrer la pista así”. Vitti estuvo en esa foto y ha estado en todas las grandes fotos de los Lakers desde 1984. Esta será su última temporada al frente del cuerpo médico de la franquicia. El próximo verano, y con otros dos años como consejero en la transición, dejará la NBA para, por entonces con 62 años, concentrarse en su familia.
Vitti llegó a Los Angeles tras trabajar para la Universidad de Portland en 1984 y después de haber pasado un año muy poco fructífero en el organigrama de Utah Jazz. Jerry West le llevó entre un tráfico que casi le hace darse la vuelta hacia Oregon hasta unas instalaciones en las que se encontró a un Pat Riley obsesionado con ganar a los Celtics. La maldición verde se rompió en la final de 1985. En total, Vitti ha viajado con los Lakers ha doce finales y ha ganado ocho anillos, del showtime a Kobe y Shaquille y finalmente a Kobe y Pau Gasol: “Aquel de 1985 fue un título especial porque era la primera vez que ganábamos a los Celtics en una final”. Sin embargo se le suele ver con un solo anillo en las manos, el de 1987, porque fue el año en el que nació su primera hija. La segunda llegó al mundo en 1991… pero los Lakers perdieron la final contra los Bulls de Michael Jordan.
Ahora se va, agotado por la exigencia del cargo y el empeño personal que pone tras cada lesión. Ha vendado o monitorizado cada tobillo que se le ha torcido a un jugador de la franquicia en los últimos 31 años. Finalmente le han superado las desgracias de los últimos años, de los constantes problemas físicos de Nash y Kobe Bryant a la grave lesión de Julius Randle.
Con él, y sus viajes a Italia para visitar el pueblo –Settefrati- desde el que su familia emigró a Estados Unidos, se irá una parte fundamental de la historia de los Lakers. De un viaje a una concentración de España para atender una lesión en un dedo de Pau Gasol (2009) a la certeza cuando sonaba su teléfono de que le llamaba “su mujer o Kobe Bryant”, tal y como cuenta la periodista Ramona Shelburne. De Kobe dice que es el jugador más duro con el que ha trabajado: “Es de los pocos de ahora que podría haber jugado en los 80. Cuando se pone la camiseta deja atrás cualquier excusa”.
También, claro, se llevará el recuerdo de haber trabajado y ganado a lo grande con dos de los grandes entrenadores de la historia, Pat Riley y Phil Jackson: “Riley, Magic, Worthy, Jerry West… con ellos aprendí el verdadero significado de lo que era ser un campeón. No hay nada como formar parte de un equipo así. Cuando trabajabas con Pat Riley, perder no era una opción. El y Phil Jackson… son dos maestros. Los dos logran que todo el mundo interprete su partitura musical pero lo hacen cada uno a su manera”.