El ‘Chucho’ Chávez ha transparentado algo que no es novedad: la entrega de dinero a ciertos equipos por parte de terceros para que venzan a otros. Lo que antes se comentaba en clubes y redacciones, generalmente entre murmullos y risotadas, el delantero rosado lo ha hecho público. “En Sport Boys –dijo– aceptamos los incentivos para ganar”. Y como si acabara de decir una gracia remató: “Estamos esperando nuestra Navidad”.
En el planeta fútbol recibir dinero para ganar no está mal visto. “No es un soborno”, se apresuran a señalar quienes lo justifican, sino un aliciente para que un club haga un esfuerzo mayor y derrote a otro. Además, añaden, permite darle un alivio económico a jugadores que pertenecen a equipos donde los tesoreros desaparecen con el final de la temporada. Los intermediarios suelen ser los propios futbolistas interesados. Y en algunos casos, el dinero sale de sus sobres. Los incentivos no están dirigidos solo a jugadores urgidos de dinero.
Hace unos días, en “A presión radio”, Carlos Galván contaba que cuando jugaba en Racing, en 1995, se acercó gente de River para ofrecerles 7 mil dólares a cada uno. La misión era ganarle al Boca de Maradona y el Beto Márcico. Esa tarde, el ‘Negro’ jugó al lado de Gustavo Costas en la zaga central de la Academia. Ganaron 6-4. Después de la eliminatoria del 90, quizás la más decepcionante jugada por la selección haya sido la de Estados Unidos 94. Al último partido, ante Paraguay, llegó sin haber sumado un solo punto. Los guaraníes, en cambio, necesitaban un triunfo para ir al repechaje. Aquella tarde, en el Nacional, el cuadro de Popovic se despidió con un 2-2 que le puso un poco de maquillaje al desastre. Los hombres de Chilavert regresaron a Asunción murmurando que los nuestros jugaron incentivados. Muchos aún creen que el 0-6 ante Argentina, en 1978, tuvo entre sus principales razones que algunos seleccionados fueron sobornados. De lo que pocos hablan es que antes del partido se rumoreaba que los nuestros habían recibido ofrecimientos desde Brasil para conseguir un resultado que favoreciera sus intereses.
Un oficio de la FIFA sobre amaños de partidos prohíbe este tipo de prácticas. No hace diferencias entre sobornos o incentivos, se refiere a “todo aquel que trata de conspirar o en efecto conspire para influir en el curso o el resultado de un partido de forma contraria a la ética deportiva”. El sitio El Confidencial da cuenta que un fallo del TAS, en el 2014, ya señalaba que “los incentivos atentan contra la integridad y la limpieza de la competición”. La costumbre no basta para legitimar un hecho, más aún en un medio tan mercantilizado como el fútbol, hoy peligrosamente cuasi gobernado por las apuestas. Es hora de recordar que ese deporte que tanto nos gusta es un juego y debe regirse por el cumplimiento correcto y transparente de sus reglas. Tan simple y difícil como eso.