Los carabineros vigilan el hotel Grand Hyatt, en la zona financiera de Santiago, con especial atención. Allí dentro ven pasar los días encerrados en sus lujosas suites los oficiales de CONMEBOL y FIFA. Saben que el cerco sobre ellos es estrecho. El escándalo que ha afectado a las más altas esferas del fútbol salpica también a una Copa América y a una Confederación especialmente involucrada en el caso, según la investigación. Cuanto más desapercibidos pasen esta vez, mejor. No hay vehículos de gama alta. No se ve gente trajeada entrando y saliendo con aires de dominar el fútbol y lo que va más allá del fútbol, lo habitual hasta hace poco.
Incluso el palco de autoridades en el partido inaugural dio una sensación de disimulo forzado. El presidente de la CONMEBOL, Juan Angel Napout, ni se presentó. Tenía biletes y hotel reservado en Santiago, pero prefirió permanecer en el paradero desconocido en el que se encuentra mientras el FBI investiga sus cuentas como hizo con las de Nicolás Leoz y Eugenio Figueredo, sus predecesores en el cargo y dos de los detenidos hasta la fecha.
Sí estuvo, no le quedaba otra, Sergio Jadue, presidente de la federación chilena. Él es uno de los diez presidentes federativos acusados de recibir 1,3 millones de euros como soborno por entregar los derechos televisivos de las siguientes ediciones de la Copa América a la empresa Datisa. Ahora mismo su misión es eludir a los periodistas con la habilidad con la que ha hecho con la justicia todo este tiempo. Chile le mira con lógico recelo.
Relaciones. En realidad la corrupción masiva ha hecho que aquel que tiene algo de mando en el fútbol sudamericano tenga motivos para esconderse. Tampoco el resto de autoridades quiere que se les relacione con ellos. La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, estuvo en el encuentro inaugural pero llegó de puntillas y se fue sin hacer ruido. Nada de fotos comprometidas con gente que pueda dañar su imagen. Nada de discursos ni apariciones estelares en un torneo que para todo el mundo está bajo sospecha.
El resto de sedes tampoco son un oasis para los mandatarios sudamericanos. En La Serena no hay ni rastro de los directivos de la selección argentina, una de las que se aloja en esta ciudad de la IV región chilena. Se supone que todos los cobros por sobornos los recibió Julio Grondona, ya fallecido, pero mejor no arriesgarse. En Temuco, al sur, no se espera al presidente de la federación brasileña, Marco Polo del Nero, investigado en su país. Ni por supuesto en Viña del Mar a Rafael Esquível, presidente de la venezolana y uno de los que permanece detenidos en Suiza tras la intervención policial en Zúrich.
Tal es el escepticismo generalizado que hasta el Vaticano ha querido marcar las distancias. Ayer mismo el director mundial de Scholas Ocurrentes, programa educativo impulsado por el papa Francisco, decidió prescindir de la donación de 8.000 euros por gol en la Copa América que tenían negociado desde meses atrás. Otra muestra más de que tratar con la CONMEBOL a día de hoy es un riesgo innecesario que lo único que puede acarrear son problemas. Por eso Chile tiene de momento una Copa América tan especial. Una Copa América sin corbatas. Tan bonito para los amantes al fútbol como bochornoso para los que hasta hace nada lo dirigían sin escrúpulos ni miramientos.
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