El 8 de marzo de 1975, la ONU declaró esta fecha como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y es por eso que hoy lo conmemoramos. Sin embargo, la idea puede rastrearse hasta el 28 de febrero de 1909, con la declaración del Partido Socialista de los Estados Unidos de América como el Día Nacional de la Mujer, siguiendo en 1910 el proclamo de La Internacional Socialista reunida en Copenhague como el Día de la Mujer.
En 1911, el 19 de marzo se conmemora por primera vez en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. Hasta entonces, las demandas habían circulado alrededor del derecho al voto y la igualdad de derechos; pero para 1913 en Rusia, el Día Internacional de la Mujer se realizó en pro de la paz, debido a la inminente aproximación de la Primera Guerra Mundial. Y el 8 de marzo de 1914 en Europa se realizó a manera de protesta por la guerra y en solidaridad con las mujeres víctimas de la misma.
Para 1917 como reacción ante los 2 millones de soldados rusos muertos en la guerra, las mujeres rusas se declararon en huelga, en demanda de “pan y paz”, hasta que el Zar se vio obligado a abdicar y el gobierno provisional concedió a las mujeres el derecho de voto. Eso sucedió el domingo 23 de febrero, según el calendario juliano utilizado entonces en Rusia, pero que es el 8 de marzo, según el calendario gregoriano utilizado actualmente.
Una vez situados en este contexto, podemos entender la importancia que un día como hoy debe representar para todos nosotros. En México, el voto femenino se otorga hasta 1952. Para entonces la lucha libre mexicana tenía ya algunas décadas constituida. En 1935 y luego en 1942 se realizaron giras de luchadoras internacionales en nuestro país; pero nuestra sociedad no estaba lista para ver en acción a nuestras coterráneas, quienes hasta entonces sólo hacían las veces de acompañantes y ayudantes de los luchadores.
En 1952, en otra gira de luchadoras internacionales a territorio mexicano, por fin aparecen las de casa: Chabela Romero, Toña la Tapatía, Marina Rey, Irma González, La Dama Enmascarada y “La Jarochita” Rivero. Pero el avance duró poco, pues en 1956 el Regente del Departamento del D.F., Ernesto. P. Uruchurtu mandó a la lucha femenil al destierro de las arenas del D.F., pues según su criterio, la mujer al observar la violencia de otras mujeres, reproduciría en su hogar dichas agresiones.
Aunque en 1986 otra vez las féminas volvieron a ser vistas en los encordados de la Ciudad de México, las mujeres en la lucha libre han tenido que batallar no sólo arriba del ring sino también abajo, contra el machismo y la misoginia de la sociedad, que se encarna no sólo en las políticas de gobierno, y algunos sectores del público, sino incluso en algunos de sus propios compañeros.
Tenemos como ejemplo, el testimonio de Rossy Moreno sobre lo difícil que es haber crecido en un mundo de hombres; o el de Irma González, quien tuvo que abandonar por un tiempo la lucha libre debido a la prohibición de su esposo. Sabemos de muchas de ellas que desde el anonimato denuncian el acoso sexual, amenazas y discriminación que sufren en un deporte todavía hoy considerado por muchos como netamente de hombres. Ellas han demostrado que no, y apenas las autoridades comienzan a vislumbrar su aportación.
Hoy en SÚPER LUCHAS reconocemos labor de las luchadoras, las de arriba y abajo del ring. A las mujeres trabajadoras: Felicidades.