Duros momentos, con llanto, fueron los vividos por Jonathan Morocho cuando cumplía 11 años, allá en el 2012. Era apenas un niño y dejaba su natal El Carmen, Manabí, para ‘encerrarse’ en un complejo en Chillo Jijón (nororiente de Quito), sitio de concentración y entrenamientos de Independiente del Valle, el último campeón de la Copa Sudamericana.
Ese “sacrificio”, afirma, valió la pena. Ahora es parte de esa ‘fábrica de futbolistas’ de Independiente, club que invierte para que unos 120 muchachos, entre 11 y 18 años, vivan en ese sitio y tengan todo para que lleguen al profesionalismo.
“Tengo amigos en otros clubes y nos envidian. No nos falta nada y hasta se nos da un incentivo económico”, cuenta el capitán de la sub-18, quien recibe $ 240 mensuales.
¿Por qué son envidiados? “Acá se tiene una gran infraestructura, incluso mejor que en algunos países de Europa. Lo que se busca es un desarrollo integral”, destaca el español Iván Vázquez, jefe del fútbol formativo de Independiente.
Unas 90 personas trabajan en Chillo Jijón para que a los chicos de las categorías de 12, 14, 16 y 18 años –que tienen las vitrinas del club llenas de trofeos– no les falte nada, explica el gerente Santiago Morales.
Cerca de $ 1 500 000 al año es lo que se destina para las formativas, detalla el dirigente, cantidad que significa el 25 % de los $ 6 000 000 de presupuesto de toda la institución, incluido el equipo de primera.
Ese monto permite que los jóvenes soñadores, además del incentivo económico, tengan residencia, alimentación, atención médica, psicológica, nutricionista, estudios y, desde luego, cuerpos técnicos para que evolucionen en el fútbol.
Son las 12:30 de una tarde del pasado noviembre y casi todas las categorías han terminado de entrenar, en ocho canchas destinadas para las formativas.
Un vaivén de chicos con los pupos en las manos se dirige a los patios, a los dormitorios. Mientras, otros se ordenan para ingresar al comedor, donde un gran mural impacta con este lema: “Independiente, más que un equipo, una familia”.
Los sueños se afloran en el patio. “Yo juego de lateral derecho y voy a ser mejor que Antonio Valencia”, lo dice con firmeza Josué Manobanda (14 años), quien se inició en la Academia Alfaro Moreno de Quevedo, pero tras el arribo de los cazatalentos de Independiente sus padres decidieron enviarle “a la mejor institución del Ecuador”, recuerda.
La tarde se ensombrece, hay amenaza de lluvia, y muchos prefieren ir a descansar. Otros reciben charlas por parte de profesionales de la psicología. “La mayoría provienen de familias disfuncionales, donde, además de la extrema pobreza, han sufrido violencia en su infancia”, revela Morales.
Son las 15:30. Es hora de ir a estudiar. “Deben tener armas para defenderse si no llegan a ser futbolistas”, dice Vázquez.
Jonathan Morocho sueña con jugar en Europa, pero ante alguna adversidad, dice, ya se graduó de bachiller en el colegio de Independiente y ahora se alista para seguir sus estudios y formarse de entrenador.
Son las 19:30 y los muchachos se liberan de los libros. Una suculenta merienda les espera. Luego, a descansar.
A las 07:30 del siguiente día desayunarán y una nueva jornada extenuante les esperará, pero para ellos, dicen, no es nada con el fin de llegar a emular a los campeones de la Sudamericana 2019.
De ese equipo, los titulares Fernando León, Anthony Landázuri, Jhon Sánchez y Alan Franco salieron de la cantera.
Mas, los sueños sufren una ruptura en diciembre. Muchos lloran porque salen del proyecto de Independiente.
10
títulos en la sub-18
Independiente del Valle ganó este año su décimo título seguido, en esa categoría. En el 2019 jugará por quinta ocasión la Copa Libertadores sub-20, de la cual fue subcampeón 2018. (D)