El 5 de junio de 1938 es un día especial para la historia del fútbol.
Ese día, en la cancha del estadio de la Meinau en la ciudad francesa de Estrasburgo el brasileño Leónidas Da Silva anotó el único gol sin botines en una Copa del Mundo.
Una joya más de la antología de recursos que producen las figuras del fútbol suramericano, formadas en canchas que se improvisan en potreros cubiertos por el barro o el polvo, o en calles de pavimento desvencijado.
Sea cual sea el escenario, allí aparecen como por arte de magia la genialidad, la sorpresa, la ‘ginga’, como los brasileños llaman a esa cadencia especial para desgranar rivales camino a la portería contraria.
Leónidas fue una de las primeras estrellas del fútbol latinoamericano en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado y primer ídolo que recuerdan los brasileños.
Nacido en Río de Janeiro el 6 de septiembre de 1913 el ‘Diamante Negro’ comenzó su camino futbolístico en el Sao Cristovao, pasó por el Bonsucesso y en 1933 se unió al Peñarol uruguayo.
Volvió a Brasil para fichar por el Vasco de Gama con el que ganó el Campeonato Carioca de aquel año. Jugó el Mundial de Italia en 1934 aunque no tuvo un gran desempeño.
Un año después conquistó el Campeonato Carioca, esta vez con el Botafogo.
Su plasticidad circense le llevó a ser uno de los pioneros en la ejecución de la chalaca. Ejecutar la maniobra con precisión fue como sacar un conejo de la chistera para asombro de los rivales y el público.
Fue el 24 de abril de 1932, cuando militaba en el Bonsucesso, recibió un balón que no alcanzó a dominar ni con la cabeza ni con las piernas por lo que se elevó de lado y, como suspendido en el aire, remató al fondo de la red.
Años después Pelé imitó la vistosa jugada y la fila de artistas que la siguen ensayando es interminable.
Y aquél 5 de junio de 1938, en pleno Mundial de Francia, sacó a pasear su genialidad en medio de la tensión de un partido que había terminado 4-4 en el tiempo reglamentario.
Brasil enfrentaba a Polonia en la primera fase del Mundial de Francia y padecía a Ernest Wilimowski, autor de cuatro goles.
Llovía sin parar y en medio de un barrizal en el que las piernas pesaban como si estuvieran llenas de cemento el auxiliar del equipo ayudaba en vano a Leónidas a ajustar sus botas en el comienzo de la prórroga.
Angustiado, el jugador dejó de lado su calzado y entró en la cancha descalzo, como solía jugar en las favelas de su Río de Janeiro natal.
El árbitro Ivan Eklind no se percató de lo sucedido. ¡Claro, en medio de ese pantanal todas las piernas eran negras!
De haber existido el VAR entonces, el gol hubiera sido anulado pues la FIFA establece que ningún jugador puede participar en un partido sin tener el uniforme completo.
Pero Leónidas celebró con sus compañeros su genialidad y los notarios de la época sintieron que se hacía justicia al buen fútbol.
Brasil se impuso por 6-5. En cuartos de final dejó en la cuneta a Checoslovaquia pero sucumbió ante Italia en semifinales.
Leónidas Da Silva, el precursor del ‘jogo bonito’, fue el máximo goleador de ese Mundial con siete, pero Brasil debió conformarse con el tercer puesto.
La luz del ‘Héroe descalzo’ se apagó a la edad de 91 años en Coita, ciudad del estado de Sao Paulo el 24 de enero de 2004
EFE