Con esa misma tensión fue que los once futbolistas de la bicolor salieron al campo de juego ante la mirada atenta de Jorge Fossati. Sin embargo, un jugador en particular se llevaba su atención: Oliver Sonne. El peruano-danés debutaría como titular haciendo de volante interior por derecha y era el sello personal de Fossati, su propuesta más arriesgada desde que asumió el cargo junto con la reubicación de Alexander Callens como carrilero por izquierda.
Una vez que inició el encuentro, los planes parecían desbaratarse. El equipo peruano se veía superado por un Uruguay que se filtraba con facilidad en su mediocampo teniendo a Federico Valverde, capitán y figura, como el principal artífice del daño. Para nuestra buena suerte, ni Olivera ni Núñez aprovecharon las ocasiones que tuvieron frente a Pedro Gallese en esa primera parte.
Por su parte, Sonne parecía desconcertado y perdido. Inconexo ante sus compañeros y Fossati, manos en los bolsillos o brazos cruzados, caminaba y miraba al piso como buscando respuestas para esas confusiones. Cuando pudo, alrededor del minuto 25, lo llamó a conversar. Seguramente explicándole con pausa para que entienda el mensaje en castellano. Sonne asentía y Fossati le dio una última palmada en el hombro, dándole ánimos.
En todo ese mismo tiempo, Bielsa no se inmutaba. Apenas se paraba un par de segundos de su cooler, donde prefería ver el partido con detenimiento. De hecho, ante una falta recibida a Darwin Núñez, tampoco se quejó y el encargado de conversar con el asistente técnico para el reclamo fue Nicolas De la Cruz, quien se levantó disparado de su asiento. Bielsa, hoy tan cuestionado respecto a qué tan saludable es su relación con sus jugadores, se mostraba tranquilo. Pero no duró mucho. En los minutos finales de la primera parte, Perú se envalentonó y tuvo ocasiones claras gracias a que Sergio Peñs tuvo ese atrevimiento tan escaso en el equipo. Le pego dos veces directo al arco de Sergio Rochet y el rebote encontró a Flores y Valera resbalados. Fossati se tomó las manos a la cabeza y miró nuevamente hacia el suelo. Pero esta vez con un poco más de esperanza para esperar el entretiempo.
- Jorge Fossati y el fraternal abrazo con Alexander Callens tras su primer triunfo con la selección peruana | VIDEO
En el segundo tiempo, al ver que Perú crecía en juego, a Bielsa se le notó más inquieto que en la primera parte. Dejó de lado el cooler y caminaba sobre su zona técnica o se ponía de cuclillas. Unos pasos más allá, Fossati aplaudía cada intento de su equipo pero se lamentaba cada que se daba un pase en falso.
Cuando llegaron los cambios, Fossati depositó su confianza en Quispe y Reyna. El Picante, sobre todo, recibía indicaciones a ras de campo por parte del Nono, quien no suele darle las chances para que se luzca y saque esa picardía tan suya. Esta vez sí, porque sentía que era el revulsivo que podía darle algo más en ataque. A cambio de ellos, sentó a Callens y Flores. La consigna era ganar este partido que, como se dijo líneas arriba, era un final en todo sentido.
El segundo cambio llegó con Lalito Archimbaud, quien ingresó por Oliver Sonne y ocupó el carril izquierdo, una zona en la que Fossati lo probó toda la primera semana de entrenamientos y que, en parte, era suyo ese experimento.
A medida que avanzaban los minutos, Perú se mostraba mas rebelde, mas invasivo en el área charrúa y Bielsa, buscando salidas, conversaba con su AT. Fossati confiaba y les pedía que vayan hacia adelante. En una jugada polémica de posible penal, levantó los brazos reclamando. Mientras que los charrúas en su zona técnica hacían lo propio comiéndole la oreja al cusrto arbitro, porque consideraban que los peruanos cometían faltas no cobradas.
Una vez llegado el minuto 87, con Luis Abram tendido en el área, Miguel Araujo se encontró una pelota y materializó lo que hacia rato se merecía: el gol. Pero no cualquier gol. El gol más esperado y del primer triunfo peruano en estas Eliminatorias. Araujo había corrido toda la cancha, había vuelto loco a cuanto atacante celeste se le pusiera en frente y las barridas no le pesaron con tal de cuidar los tres palos de Pedro Gallese. Esta vez, se encontraba desde otro lugar: frente al arco rival y no dudó. Le pegó tan fuerte que al experimentado Sergio Rochet se le escapó la pelota de las manos como si fuera una materia resbalosa. Era un bombazo del defensor peruano que no estuvo precisamente lleno de técnica o frialdad, sino enojo y rabia de no haber podido ganar hacía once partidos oficiales. Y el estadio nacional, explotó. Fossati alzó los brazos y se abrazó con parte de su cuerpo técnico.
Fue explosión, abrazos, lágrimas y júbilo en exceso. Lo merecían. Fossati, cansado de hacer ademanes para convencer a sus dirigidos de su idea, debió tomar aire un par de veces para agitarse hasta el infinito y luego perderse entre abrazos en el festejo. Luego los puños al cielo en señal de victoria, el beso a su rosario y una paz interior que aterrizó en su cuerpo una vez que la calma prosiguió al éxtasis. Al final, le dedicó un tiempo a cruzarse con Marcelo Bielsa e intercambiar algunas palabras. ¡Qué se habrán dicho!, pero el uruguayo dejó escapar una sonrisa.