Hace unos días había aparecido en una entrevista con la mirada desafiante y orgullosa, enumerando los supuestos logros de su mandato, pintando un paraíso pelotero habitado por unicornios. La vida, lo sabemos, da demasiadas vueltas; sin embargo, pocos imaginaron ver a Agustín Lozano enmarrocado y rodeado de policías. El directivo de sonrisa forzada, que se preciaba de tener una inteligencia superior a la de cualquier periodista, ya no era más el gallito retador que se sentía inmune a las críticas. Enfundado en una casaca de plumas amarilla, lucía distinto. Se asemejaba más a un rollizo canario vulnerable y huidizo.
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Resulta difícil asimilar aún el terremoto del jueves. La familia Bentín debe haber llorado sangre luego de ver a Joel Raffo demudado, con la vergüenza escondida bajo una capucha, deshonrando el escudo de Sporting Cristal camino a la carceleta. Lo mismo los Mandriotti, dueños de unos de los pocos clubes dedicados a la formación de futbolistas. Y los La Rosa, los Robilliard, los Martin y los Millán. Aunque para los peruanos no representa ninguna sorpresa ver a personajes insospechables rumbo a una prisión, golpea ver a gente del deporte desfilar entre jaloneos y empujones como vulgares delincuentes.
Las imágenes que se multiplicaron por las redes hicieron recordar las vividas hace nueve años en las afueras del hotel Bar au Lac, en Suiza, cuando estalló el FIFA gate. Antes de que el FBI fuera por los capos del fútbol mundial, medio mundo sabía que la pelota se pudría desde que Joao Havelange la agarró con sus manazas. Pero la consigna era mirar de costado y dejar que siguiera la fiesta. Bastó que un poderoso se sintiera golpeado -Estados Unidos, cuando le birlaron el Mundial del 2022- para que saltara la pus.
Algo parecido sucedió acá. La eterna informalidad del ‘fulbo’ criollo ha sido pasto de innumerables cuchipandas que apenas merecían alguna denuncia efímera. La disputa por los derechos de televisión fue el gran detonante de esta bomba nuclear. Por lo pronto, aunque la presunción de inocencia les asiste, la mugre sobre Lozano y Raffo -las figuras más representativas del grupo de detenidos- ha puesto una lápida sobre sus futuros dirigenciales. Cierto es que el Perú es un país donde el reciclaje es un estilo de vida, pero será difícil olvidar sus muñecas atrapadas por las marrocas. No hay nada más repelente para la confianza.
Tocaría usar estas últimas líneas para demandar a las autoridades utilizar este momento como un parteaguas a fin de ejecutar las reformas estructurales que nuestro fútbol necesita. Pero permítanme el pesimismo. No parece haber escándalo suficientemente mayúsculo para que los integrantes del sistema se atrevan a cambiar su beneficioso statu quo. Me atrevo a pensar que ante la posibilidad de ceder sus ganancias -de todo tipo- o el riesgo de perder la libertad, volverán a jugársela por lo segundo. Es su manera de sobrevivir.