Cuando Diego Armando Maradona dijo “la pelota no se mancha”, millones de personas valoraron no solo aquel acto de contrición público, sino también su desprendimiento. Con sus palabras, el rey del fútbol exculpaba de sus errores al deporte que le dio fama, hizo multimillonario y expuso a no pocas adicciones.
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Sin embargo, en contra de lo que sostienen aún los acólitos del dios maradoniano, la pelota sí se mancha. Y lo que es peor: enloda y corroe. Es que a la número 5, como la llamaba Martínez Morosini, además de patearla y cabecearla, la manosean.
En el momento que Andrew Jennings, uno de los periodistas de investigación más importantes del mundo, decidió meter sus narices en los fétidos interiores de la FIFA, la sensación que lo invadió fue de asco y sorpresa. No podía entender cómo a pesar de tanta podredumbre, no hubiera periodistas o directivos deseosos de denunciar la mugre que rebosaba de manera tan evidente.
Es que quien entra al mundo del fútbol, difícilmente quiere salir de él. Las incontables puertas que se abren, los viajecitos, los contactos y demás beneficios que conlleva formar parte de este tour de la felicidad infinita resultan una enorme tentación tanto para quien siempre tuvo mucho como para quien siempre recibió poco.
Decir que las entrañas del fútbol peruano están podridas no es una novedad. Y a la mayoría de integrantes del sistema no parece molestarle. Por lo pronto, cualquier posibilidad de cambio se ve paralizada por la nula voluntad de sus autoridades, que sobreviven gracias a una estructura eleccionaria en apariencia democrática, que en los hechos premia al clientelismo y consagra la mediocridad. Porque el sistema, lo sabemos todos, está hecho para reproducirse. Algo así como la dictadura perfecta de la que hablaba Vargas Llosa cuando se refería al PRI mexicano.
Así pues, ¿por qué pensar que si se va don Agustín las cosas cambiarán? ¿Acaso no se decía lo mismo cuando Manuel Burga gobernaba en la Videna?
¿Cómo hacemos, entonces, para cambiar una estructura constituida para que el reyezuelo de turno haga y deshaga sin ningún control? ¿Qué debemos hacer para que nuestros mejores hombres y mujeres vuelvan a acercarse al planeta fútbol y se les permita trabajar en su modernización?
Por lo pronto, dejar de ser cómplices.
No es pretensión de esta pequeña columna encumbrar a la señora Mandriotti ni a los señores Bao y Dupuy, pero sus renuncias al directorio de la federación demuestran cierto sentido del honor que no parecen tener sus colegas y una manera de decirle al público que no es normal, ni aquí ni en ningún lugar del mundo, que la cabeza del fútbol de un país vaya a prisión. Así sea por pocos días.
En el peor momento de Juan Reynoso, uno de los principales patrocinadores de la selección lanzó un aviso en el que pedía “hacer los cambios necesarios para que nuestra bicolor brille de nuevo”. ¿Pedirán lo mismo ahora o se sienten cómodos trabajando con dirigentes investigados por la justicia y cuestionados por sus actos? ¿No es acaso momento para que Juan Carlos Oblitas y José del Solar, por citar solo a dos personajes con una trayectoria limpia en el ámbito deportivo, den un paso al costado?
No levantar la voz es también una forma de quitarle la ilusión al hincha.
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