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En 2019, El Comercio pasó un día entero con Varillas, entonces la raqueta número uno de nuestro país tras ganar dos Challengers seguidos en dos semanas, el mismo que lo tenía como ídolo y que el año pasado hizo historia al llegar hasta cuarta ronda del Roland Garros, el torneo preferido de ‘Rafa’ (14 títulos). Divina coincidencia.
Aquel día, llegamos al campo número once del Centro de Esparcimiento del Jockey Plaza cerca de las diez de la mañana. El calor era incesante, pero nuestra intención era tener una entrevista con Juan Pablo Varillas. “Hola, ¿qué tal? Siéntense. ¿Me esperan que acabo de entrenar?”, nos dice en la pausa de unos segundos que se tomó para acercarse a las gradas y saludar. Fuimos por una entrevista y obtuvimos mucho más. Conocimos la intimidad del mejor tenista del Perú. A continuación te contamos la historia:
[Publicado en 2019]:
La cancha del Jockey Plaza por un momento parecía ser el campo central de un torneo en una final. Y nosotros -el fotógrafo Rolly Reyna, el chofer del diario Andres Rocha y yo- fuimos un público privilegiado, afortunado.
Dicen por ahí, en ese rumor que daña la imagen de los demás sin ser cierto, que los tenistas son divos. No es así. Juan Pablo, el chico introvertido que poco a poco está perdiendo el miedo a las cámaras (lo necesitará si continúa en ascenso), tiene como base del éxito la humildad.
Después de un entrenamiento exigente -Varillas tuvo que cambiar de camiseta en una ocasión porque la otra estaba empapada de sudor-, esperamos por la entrevista. Mientras tanto, Matías Rizzo, su preparador físico y fisioterapeuta desde hace dos años, nos comenta su método de trabajo: “llega a entrenar hasta seis horas al día. Es un chico con una ambición sorprendente”.
Mientras conversando de camino a la salida del Jockey una voz a lo lejos interrumpe para saludar a Juan Pablo: “Hola, campeón. ¿Cómo va todo? Ya me llegaron las zapatillas. ¡Gracias, eh!”. Era Alex, uno de los trabajadores del Jockey que estaba arreglando una de las canchas de tenis. El mejor tenista del Perú es reconocido no solo por sus logros deportivos, sino también por su calidad de persona. Eso sí, no le gusta hablar de eso. Prefiere tocar temas tenísticos, siempre. Lo otro es su vida privada, un ambiente que quiere mantener siempre cuidado.
El viaje a su casa demoró cerca de 20 minutos. Así como lidió con sus rivales en los últimos Challenger, y los venció a todos, hizo lo mismo con el sofocante tráfico limeño. Con la tranquilidad de haber estado fuera del país varias semanas por los torneos que disputó y no haberse enfrentado, por un momento, con los taxis o choferes que se creen dueños de la pista, Varillas no tiene problemas. No se estresa. “En ningún país al que he viajado es igual a la congestión vehicular que se arma aquí”, reclama Matías. “A veces lo extraño, como a mis amigos de infancia”, replica Juan Pablo.
En su casa Varillas se siente más cómodo. Sin celular grabando sus declaraciones, atina a sacarse las zapatillas. Es su reino y puede andar con medias sin problemas. Es la primera regla que puso. Queda poco tiempo para que llegue su psicólogo Enrique Canaval. “Hace un tiempo trabajo con él. Antes creía que no era necesario, sentía que yo solo podía con todo. Pero no es así. La mente se trabaja igual que cualquier otra parte del cuerpo. En esa decisión tuvo mucho que ver Duilio [Beretta]”, comenta.
El tiempo ha hecho madurar a Juan Pablo. Tiene seis años como tenista profesional, pero tiene la mentalidad centrada de un veterano. Sabe cuáles son sus objetivos, sus fortalezas y debilidades. Y si hay que invertir para ser el mejor, lo hace. “Debo ganar 60 mil dólares anuales para igualar mis gastos de viajes”, nos confiesa. Según la página oficial de ATP, hasta el momento ha ganado 51 341 mil dólares en singles y 4 487 en dobles. Aún le falta. Pero no siempre fue así, antes luchaba aún más. “El primer apoyo que recibí del IPD fue de 300 soles mensuales en el 2013 o 2014. Yo viajaba a los campeonatos con mi dinero”, añade.
Su casa es normal. Pero su cuarto parece otro mundo. Está lleno de medallas que ganó, premios, trofeos, pelotas de tenis, raquetas y una pared en la que resaltan sus fotos con Rafael Nadal (actual número dos del mundo) de aquel partido de exhibición del 2013 cuando el español vino a jugar al Perú.
“Fue un sueño hecho realidad. Después de los tenistas top, ¿quién más puede decir que jugó al lado de Rafael Nadal? Casi nadie. Yo soy uno de esos privilegiados”, recuerda mientras observa las fotografías con una mirada que refleja el sentimiento de querer encontrarlo, pero ahora como rival.
Juan Pablo Varillas lleva una vida normal a la de cualquier chico de 24 años. Entrena, juega Play Station (prefiere FIFA antes que el PES), se junta con sus amigos, con su novia, lee, ve películas (siempre de gladiadores) y series de Netflix, y cuando le da el tiempo ve jugar a Universitario, el equipo de sus amores. No lo dice, tampoco lo publica. Su Facebook está lleno de información de sus torneos, su vida tenística. Él es así.
El chico introvertido que lucha por perder el miedo nos abrió la puerta de su vida, su intimidad, y nos dejó pasar sin reparo alguno. Nos mostró una faceta lejos de los campos de tenis. Fuimos por una entrevista y al final del día recibimos mucho más que eso. Conocimos al Juan Pablo persona. Y comprendimos por qué es así cuando tiene una raqueta y una pelota de tenis.